Cuando abrió la puerta, el polvo se le metió por la nariz y se le acomodó en la garganta. Tosió. Pero la blancura ya le cubría los ojos, ya le descansaba en las pestañas. Se acostumbró a la pesadez del tiempo. Y vio que todo estaba exactamente igual que en sus recuerdos. La caja registradora seguía con el 2 torcido y en la rebotica seguían sus cuadernos de recortes (en la cómoda de la esquina, en el segundo cajón de la derecha, en la caja de latón pintada de esmalte). La polvareda y las telarañas acolchaban las pisadas en la madera. Y el tercer azulejo de la tercera fila (contando desde abajo) de la pared izquierda (vista desde la puerta del baño) seguía descascarillado (Sí, qué jodida memoria tiene). El papel pintado estaba roído pero seguían viéndose las flores horteras. El abandono podía cortarse en cachicos y masticar los (demasiados) recuerdos. Pero no lo hizo, que sabe que se empacharía de golpe.
En las estanterías sólo sobrevivían un par de calendarios carcomidos, tres cajas de cartón deshecho y una botella de cristal. Tumbada. Caída. “Ni siquiera una simple botella tuvo fuerzas para seguir en pie”, pensó. Al cogerla tres palabras le arrugaron por dentro. El pecho le dio media vuelta y luego una entera. Tres palabras que le emocionaron más que cualquier ñoñería. Limpió con cuidado la botella y la toqueteó, haciendo repiquetear el cristal entre sus anillos. Recordó ese olor que lo invadía todo. Ese olor que desde siempre se le había colado por los pespuntes de la ropa, por las costuras de su abrigo. El olor que le había cicatrizado las heridas, el que le había curado las caídas. El olor que había embadurnado su espalda y su nuca. El olor que se le había colado por cada poro hasta convertirse en su sudor.
Se guardó la botella en el bolso. Apagó las luces y volvió a cerrar todo. Tres vueltas de llave en la puerta. Dos, en la persiana de la calle. Esta vez sería sólo un “hasta muy pronto”. Porque llevaba algunos recuerdos embotellados y sin abrir. Porque todavía tenía que volver a por más. Algunos escondidos, otros invisibles y otros más en la cómoda de la esquina, en el segundo cajón de la derecha, en la caja de latón pintada de esmalte. Sí, qué jodida memoria tiene.
Nena eres una artista
ResponderEliminarno sabía que escribías también
me recuerdas a alguien pero aún no sé, dejame pensar
y las fotos preciosas también
me alegro de que te hayas animado
un besazo pequeña
Y los de la caja de latón, dolerían un poquito. Pero ahora tenía la botella, y esa vez las dos se mantendrían en pie.
ResponderEliminarUn miau que sabe a beso dulce
siempre está bien volver a los lugares polvorientos, en los que el polvo surge por abandono y no por pereza.
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