domingo, 12 de julio de 2009

de hace dos años

Lisboa lloró por primera vez un 18 de octubre de hace dos años. Hasta entonces no había derramado ni una lágrima por nada ni por nadie.
Desde siempre sabía que su nombre arrastraba aquella saudade terrible que le daba la mirada triste y el caminar lánguido. No se la podía quitar ni con jabón, ni con friegas de violetas y espliego, ni con incienso de iglesia. Había aprendido a vivir con ella y aunque reía y cantaba, sabía que se le escapaba un sudor triste, un aliento de añoranza. Pero a pesar de todo esto, de su nombre, de sus andares, de sus ojos tristes y de su figura débil, Lisboa no sabía qué se sentía al llorar. No recordaba ni un berrinche, ni la humedad de un llanto. Sólo una vez con 17 años, y por culpa de su primer amor, tuvo ganas de inundarse los ojos. Pero le salieron lágrimas secas, de las que duelen.
No lloró cuando murió su gata. No lloró de dolor al romperse la pierna (cuando cayó por las escaleras). No lloró de miedo en el incendio del bosque vecino. Sólo sentía el gemido de su estómago y el tembleque de sus huesos. Lisboa aprendió a vivir así.

Fue el 30 de septiembre de hace dos años cuando le conoció. Pasaron días hasta que se atrevió a mirarle directamente a los ojos. Y unos días más hasta que dejó de balbucear al intentar saludarle. Fue en la corrala, todavía entre cajas y maletas. Se había acabado de mudar. El apartamento, pequeño y naranja, compartía pasillo y tendedor con tres puertas más. Y la suya, roja amapola, se miraba directamente con la azul azulejo de enfrente. Lisboa tendía ropa y sábanas cuando le vio salir por la puerta azulenca. El corazón le dio una voltereta y un par de bragas saltaron hasta el fondo del patio. Aquella noche tardó en dormirse dos horas. A los quince minutos de sueño tuvo que levantarse a beber agua fría por el calentón que llevaba.

El 5 de octubre de hace dos años, Lisboa descubrió, agarrada a su pinza y abrazada a sus bragas negras, una nota con letra verde y cuidada. Dirigida a “la chica de mirada triste”, Lisboa la leyó mordisqueándose los labios. Sólo dos líneas le bastaron para quitarle el aliento y encenderle los ojos ámbar. Ella escribió en papel de seda y con letra negra un “gracias” pequeño y relleno de nervios. Con el “gracias” abrigó el mejor tulipán de su maceta y le presentó a unos calzoncillos blancos bajo la fuerza de una pinza de madera.
De lado a lado del tendedor, se colgaron papeles de colores y regalos tímidos. La puerta escarlata pronto se llenó de notas garabateadas en verde. La puerta azulina dejó pasar por debajo dibujos y pétalos de tulipán.

La tarde del 18 de octubre de hace dos años, Lisboa se sirvió un par de whiskeys con Coca-Cola. Cargados y con hielo. Los bebió sola. Recordando la última discusión (la del 15 de octubre de hace dos años) que tuvo con aquel chico que nunca la llegó a querer y del que Lisboa casi no recuerda su nombre. Desde la corrala llegaba el repiqueteo de la lluvia y las sábanas escurrían hasta el patio de abajo chorricos de agua de mar. Se sirvió otro whiskey y se pintó los labios de rojo, a juego con su puerta. Se cambió las bragas, se quitó el sujetador por debajo de la camiseta y salió a ver la lluvia mojar su colada. La luna reflejaba en sus llaves y jugó a apuntar a las ventanas. La puerta azul se abrió y entre la cortina de agua le vio. Ahí, en el mismo sitió que el 30 de septiembre de hace dos años. Esta vez sonrió. Y la sonrisa le fue devuelta, adornada con labios carnosos. Acompañada por el soniquete de sus llaves en la mano y por el aliento de hielo y alcohol, se acercó hasta la puerta azulete.
No hacían falta palabras, no hacían falta excusas. Lisboa le empujó dentro de la casa y cerró la puerta. Se quitó la camiseta y el pantalón. Se bajó las bragas limpias y se lanzó a esa boca. La lluvia se volvió tormenta mientras ellos follaban sobre el parquet.
Lisboa mojó el suelo. Lisboa sudó su cuerpo. Lisboa lloró sobre su abrazo. A Lisboa se le fue la tristeza, la saudade, entre las piernas, entre suspiros, entre lágrimas.
El 10 de diciembre de hace dos años. Los dos decidieron vivir en la casa de la puerta rojo ababol. El apartamento pequeño y naranja. El que tiene macetas de tulipanes.


3 comentarios:

  1. ¡Adoro los tulipanes!
    Me encanta la historia de Lisboa y la de su vecino de la puerta azul azulejo, es preciosa.
    Tienes una capacidad innata de crear un halo de encanto en todos tus textos, acompañado por un toque azul, en ellos.
    Un beso MUYGRANDE :)

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  2. El que huele a lluvia algunos días de septiembre.
    Qué encantador escribes, joder. Yo no soy de las que regalan piropos, pero no sabes lo que disfruto con tus palabras.

    miaus de papel pinocho :)

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  3. Esta historia es mágica, ¿Cómo lo haces?
    Me encantan las notitas junto con la ropa interior, me encantaría encontrarme una colgada de una pinza...
    Y además yo tengo la canción que suena pero sin el cantante, otra versión... :)
    Desde Marte (también hay tulipanes)
    Mirna

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