El desamor es igual que parir. Tu cuerpo se abre entre gritos de dolor y de ti sale todo lo que surgió de caricias, besos y orgasmos. A mí el tercer desamor me llegó un octubre en Londres. Durante meses vi cómo se me cambiaban las esquinas grises y ya sólo veía las puertas azules y los puestos de flores. Lo conocí nada más llegar al aeropuerto, nuestras pintas de asustadizos forasteros nos unieron en el Gatwick Express y al poco, sin saber cómo, habíamos acabado compartiendo apartamento en Greenwich, muy cerca del parque. Ahí, al parque, íbamos a pasear todos los domingos y después tomábamos algo en la cafetería que, en un intento fallido, estaba disfrazado un sofisticado aire francés. Nos inventamos una rutina nueva. Las botas de agua y los paraguas siempre estaban a mano, cerca de la puerta. La manta fue obligatoria a partir de septiembre. Y aprendimos a dejarnos mensajes en el espejo del baño antes de que el otro entrase. Así, desde la ducha y entre el vaho veíamos notas, dibujos o recordatorios. Creo que las entrañas se me fueron mullendo y ya no gruñía por la falta de sol ni porque mi culo fueran engordando a pasos agigantados. Nuestro pelo olía a calefacción y nuestra saliva sabía a té con leche. Y eso me gustaba.
Pero decidió dejarme en el Greenwich Market, el miércoles durante el mercado vintage. Mi rincón favorito del barrio porque, según él, “soportaría mejor la noticia”. Y una mierda. Ese día había comprado un foulard y un par de viejas fotografías para mi colección. El mercado olía a fruta y flores, me había probado un vestido demasiado corto en el puesto de Alice y un par de viejecillas que vendían todos los trastos que encontraban por casa alabaron mi recién mejorado acento. Decidimos pedir comida en un puesto japonés y fue entonces cuando me habló de Asha, su compañera de trabajo. Los hashi se me cayeron al suelo pero la tenpura fue directa a su chaqueta. Recuerdo a la perfección ese instante. Una fotografía al detalle con olor a granada y manzanas y con sabor a verdura rebozada. Se me desgarró la costura que debía unirme por dentro y sólo deseé morirme.
En el primer parto, la gente asegura que no sabe lo que le espera. En el segundo piensan que a lo mejor es diferente. En el tercero saben lo mucho que se va a sufrir. Pero la gente sigue teniendo hijos. Igual que todos saben lo que se llora con el desamor, todo el mundo cae de nuevo. Será que las heridas cicatrizan muy bien con los lloros.
No he vuelto a probar la soja, pero sigo desayunando té con leche.
O igual es que no piensan que vaya a llegar el parto del desamor otra vez. Igual se creen el felices para siempre que, a veces, es.
ResponderEliminarmiau
de
galleta
para
tu
té
Seguimos teniendo hijos porque merece la pena lo que nos hacen vivir tanto antes como después del parto. Y de cada parto se aprende.
ResponderEliminarY maldito desamor, cómo duele y la falta que hace.
Gracias.
Pero es necesario que así sea, para qué negarlo.
ResponderEliminarDuele mucho , pero y qué, todo lo bueno que aporta antes? :)
La historia es cierta o... escrita porque sí?
"Se me desgarró la costura que debía unirme por dentro"
ResponderEliminargenial, es lo único que puedo decir
Muchas gracias a todos.
ResponderEliminarY Your game is over, completamente falsa. Aunque bueno, lo que se siente sí que es verdad.
Me gusta mucho como escribes, y sobre todo el tipo de frases que escribes, como la última: No he vuelto a probar la soja, pero sigo desayunando té con leche.
ResponderEliminarYo tengo un personaje sobre el cual algún día escribiré que se parece un poco a esa frase.
Desde Marte
Mirna
Lo peor de todo es tener que parir cuando llevas añoos de gestación.
ResponderEliminarBesos,te sigo.