lunes, 27 de abril de 2009

lila ulula

Lila ulula cada noche. Desde que él se marchó, el aire de su habitación es demasiado puro. Ya no es denso. Ni cálido. Ni está viciado. Ni huele a humo. Ni sabe a humo.
Lila no soporta los puñetazos del viento a los cristales. Ni el silbido agudo de las noches. Ni los pinchazos de las agujas de frío. Hasta entonces no lo había sentido.
El viento está volviendo loca a Lila. Como a todos. Pero ahora está rota por dentro y el aura escarchada se le cuela mejor entre los huecos.
Lila ulula cada noche. Para asustar al viento. Para matar a la soledad. Para gritar de dolor. Para llorar la pena. Para romper los alaridos del aire. Para que se le termine de romper el alma. Para sentirse fuerte. Lila ulula...


sábado, 11 de abril de 2009

ababol

Tenía 22 años, las manos agrietadas, dos hijos y otro en camino. Su sudor olía a espliego y su pelo a azafrán. Creía en Dios pero no iba a misa, que no tenía tiempo para eso (y si tuviese, tampoco lo gastaría así). Llevaba unos días con una tos albina, porque habían encalado la casa de arriba abajo, y con los dedos amarillos de esbrinar(1) durante noches y noches. Su piel estaba fría pero a la vez tostada, que se le había requemado de pasar la vida entre la estufa y el trigo.
Sólo cuando le veía a él, se le ponían las mejillas como ababoles(2). Porque él era el único hombre con el que había estado y con el que iba a estar. Y sólo con él se enrojecía igual que la primera noche de casada. Sólo con él trabaja desde el gallo hasta el Venus vespertino. Sólo con él lloraba sobre una tierra seca. Y sólo con él se curaba las heridas de las manos, las que le salían del trabajo y del frío.
Apenas sabía leer, pero sí sabía que de sus hijos vendrían letras. Se hizo fuerte con el trabajo del campo. Se hizo dulce con el chocolate y la miel en la cocina.
Tenía 22 años cuando el esfuerzo del amor hizo que sus ojos decidiesen llorar siempre, estuviese feliz o triste. Desde entonces se le vio la menta de sus ojos entre agua y sal. Siempre.
Días después del nacimiento de ese manantial perpetuo, nació su tercer hijo, mi tío.
Ahora, con muchos años más, con la piel agrietada de tiempo, sigo viéndole ababoles en las mejillas cuando se ríe y lágrimas en los ojos, de mañana y de tarde.
Pero yo… yo sólo quiero ponerle las líneas que ella no pudo aprender.

(1) Esbrinar: (Aragonés) Separar el brin y las lengüetas de la
rosa del azafrán.
(2) Ababol: (Aragonés) Amapola.


lunes, 6 de abril de 2009

se le pone la cara triste cuando duerme

Le pasó de repente. Cuando dormía la boca se le arrugaba hacia abajo. La cara se le volvía triste y gimoteaba en sueños. Después empezóa enjutarse, la piel se le pegó a los huesos y adquirió un tono pálido, casi azulado. Dormía horas y horas pero cuando amanecía cada día se sentía más débil. Caminaba a paso lento y sus palabras, hasta entonces suaves, se volvieron casi mudas. Era tan etérea que no dejaban de mirarla en el metro y en la calle, donde se dejaba arrastrar por algún viento rezagado. Pasaba el día callada, mirando al frente pero con los ojos blanqueados, dejando descansar a su mente que buscaba una revirgenización. Un formateo cerebral.
Semana tras semana, se veía desaparecer. Un reflejo nebuloso le saludaba todas las mañanas… Hasta que encontró la solución entre unas tapas blancas. Teñidas de limón, y acolchadas en una delicada capa de polvo, estaban las letras que un día le quisieron hacer soñar. Sus libros de niñez asomaron en una caja de mudanza todavía sin abrir. Parecía un regalo de Reyes en marzo.
Esas páginas se pasaban tan deprisa cómo nunca se había hecho. Saltaba de línea a línea con una avidez casi obscena. Y devoró historias hasta gemir en cada punto y aparte. Hasta llorar de placer en el punto final.
Se rellenó las caderas con cuentos de princesas. El estómago con viejos sueños recordados. Y en el pecho las hadas le moldearon tetas con aventuras prepúberes.
En la cabeza se le quedaron a vivir tildes, comas y puntos suspensivos junto con las ganas insaciables de contar historias. Tecleadas con sus palabras suaves, ya no mudas.
Y en la lengua se le clavó su primer punto y final.