viernes, 13 de febrero de 2009

calor que cala

- ¿Quieres hablar?
- No, quiero dormir – dijo ella. Quiero dormir dos horas, pensó.

A los ciento cincuenta minutos exactos se marchó dejando una nota en la mesa y a él arropado en la cama. Los dos se habían quedado con la piel desgastada y con agujetas en la lengua.
La vergüenza salió corriendo al ver cómo se habían acercado sin sonroje y directos a la boca, con saliva de fruta (“Sabes bien”, le dijo él) y con los ojos enormes mirándose hasta volverse cíclopes. Tras el primer beso él la desvistió con fuerza. Ella buscó los botones de su pantalón y le tocó hasta que su calor que cala le dio fiebre. Él la acarició hasta que la vio retorcerse gimiendo. Y durante horas jugaron a quererse. Quererse durante un rato eterno. En un acuerdo no dicho, no sellado, jurado a mordiscos.
A ella le quedaron moratones en el vientre y en la pelvis dos días, ojeras moradas un día y sonrisa avioletada para recordar.
A él (de tanto mirarle ella esa noche, de tanto abrazarse los dos) los ojos enormes y oscuros se le vaciaron hasta volverse azules. Azules con motas amarillas (debió ser la luz de lámpara de la mesilla, que se coló) como recuerdo del pacto jurado a lametazos y esa nota que no se guardó.
Horas después de que ella se marchara, el chico de ojos grandes (y ahora azules de amor) se levantó. Se duchó, se secó con la toalla limpia que ella le había dejado e hizo la cama. Cuando ella volvió, absolutamente todo olía a ese acuerdo y al oscuro de los ojos que se perdió en las sábanas.

1 comentario:

  1. jaja me saco sonrisa tu comentarios

    pero...

    que edad tienes o que edad crees que tengo ??

    :)

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Garabatea con colores.