lunes, 30 de marzo de 2009

chico esdrújulo. 1.

Un día él se corrió y sonaron fuegos artificiales. No fue algo metafórico. Literal. Todavía estaba en ella cuando el cielo escupió luces. A los dos se les escaparon sonrisas calientes y temblaron a la vez.
Una noche, ella rompió a llorar al llegar al orgasmo. Desde entonces las lágrimas le nacen cada vez que él le pone los ojos en blanco.
Los dos han decidido lamer sus cuerpos hasta perder el sabor. Quieren acariciarse hasta quedar imantados y hacer de las sábanas su piel.
Y ahora él le ha pedido líneas. Porque se ha puesto celoso de las letras que ella silabea, de las historias que toquetean su mente y de los nombres inventados que ella silba entre dientes. Él le ha pedido que su esencia se dibuje en líneas mal escritas. Que su cariño se escurra en los espacios y se golpee en las tildes. Que le deletree en silencio. Quiere que le moldee con palabras esdrújulas. Música esdrújula crónica libélula página… Y que le salgan sonrisas calientes al recordar el día que el cielo escupió luces. Se oyeron fuegos artificiales.

jueves, 26 de marzo de 2009

coño vinolento

Era un miércoles de noviembre. Había llovido durante todo el día y las calles de Madrid se habían llenado de una mezcla a humo y humedad pesada, ese batiburrillo al que todavía no termino de acostumbrarme.
Estaban en un local nuevo donde las mesas todavía olían a nuevo y las servilletas de lino seguían ásperas. Sus dos amigos se miraban entre ellos sin saber qué hacer ni qué decir. Se mordían los labios para que no se escapara ninguna risa nerviosa y temblequeaban las piernas al unísono. Ella lloraba sin poderse controlar y el olor de vino que la cubría empezaba a marearla.
Visto desde fuera había sido un accidente demasiado divertido, pero sentados en esa mesa todo era tan patético que ni siquiera salían las palabras...
Tarde de cine y después una copa de vino improvisada. El reencuentro entre los amigos le había animado. Ya hacía un mes que lo había dejado con el chico de huesos picudos y se zurció las ganas con sonrisas mal maquilladas. Entre las copas se rieron y debatieron un tema y otro. Ella pidió vino blanco. Los demás, crianzas granates. Ellos evitaban cualquier alusión a esa despedida malhecha y ella sabía que leían sus ojos tristones.
Una historieta llevó a la otra, recuerdos de los años en la vieja ciudad del norte y proyectos inmediatos. Risas. Palabras. Y la copa de vino se derramó sobre ella. Sus pantalones chorreaban y con las piernas teñidas de rojo fue al baño. Mientras se limpiaba, notó cómo el pío se le colaba por dentro. Por los mismos recovecos por los que él le había robado jadeos. Fue entonces cuando la puta bota se le rompió. Y así, con el pie descalzo y el coño oliendo a vino, se sentó a la mesa.
Ahí se le cayó el disfraz. Con sus lloros se le quitó el maquillaje y a ellos la vergüenza ajena les sonrojó. El soniquete de sus lamentos camufló la música y los clientes que se habían reído con el espectáculo de la chica descalza se callaron de golpe. Ella no decía nada. Sólo lloraba y lloraba. Echaba sal sobre la herida para ver si cicatrizaba de una vez.
Se subió a un taxi con dinero prestado por sus amigos (los mismos a los que la vergüenza, de unos y otros, no dejó que viese otra vez).
Al llegar a casa, se metió en la cama acunándose con sollozos. Se adormiló entre el aroma a sal del llanto y el afrutado que salía de entre sus piernas.
Ella tenía y tiene mi nombre, mi cara y mis sollozos quebrados. Pero ya me he remendado el alma dolida y machacada por esos huesos picudos en una despedida malhecha.
Era un miércoles de noviembre. Había llovido durante todo el día y las calles de Madrid se habían llenado de una mezcla a humo y humedad pesada, ese batiburrillo al que todavía no termino de acostumbrarme.

miércoles, 25 de marzo de 2009

1

Hace tiempo escuché que lo pueblos sin leyendas terminan muriendo. Tal vez por eso, aquel lugar tenía tanto miedo a esfumarse que entre sus calles empezaron a suceder hechos demasiado extraños.
Las desapariciones comenzaron a ser algo habitual. Las visitas de los fantasmas se veían como algo tan normal que todos preparaban una taza más de café para los espectros (con dos cucharadas de azúcar, claro, que la eternidad es demasiado amarga). De las despensas desaparecía comida (conservas y dulces) y los restos aparecían en el cementerio apoyados en lápidas cubiertas con un mantel a cuadros. Por las noches, el cielo roncaba hasta el amanecer…

domingo, 22 de marzo de 2009

decisiones

He decidido mirar hasta que los colores me resbalen por los ojos. Hasta agrietar el lienzo del mundo.
He decidido mirarte hasta aprenderme los puntos amarillos de tus ojos. Luciérnagas en aguas de algas.
He decidido dejar que tus sílabas se arrastren por mi piel. Dejarme tatuar con tu aliento, acentuar con saliva, puntuar con mordiscos. Escríbeme palabras dulces, guarras. Líneas perversas, sensibleras. Hazme tu novela. Invéntame un nombre. Elige título. Pero todavía no pienses en el final.
He decidido…

martes, 10 de marzo de 2009

un comienzo

Se guardó el olor a calefacción en la maleta, que sabía que ahí sólo habría aroma a leña húmeda. Entre las camisetas puso el sabor del Mocca Blanco del Starbucks. Y entre las bragas escondió prisas mal medidas. Antes de irse, Maar cubrió con sábanas absolutamente toda la casa. Desde los suelos hasta el techo. Que las semanas podían mutar a meses, como siempre pasaba.
Él ya le esperaba en el coche pero Maar bajó con calma los escalones, marcando en las baldosas sus pasos seguros. Metió en el maletero las dos bolsas, el maletín, las maletas, la caja de los sombreros y la nevera de camping. Con ella se llevó un libro que apoyó en sus piernas y los nervios encajados en las entrañas. Sabía que él había fumado, el muy tontaco no había ventilado el coche, pero prefirió callarse y compartir su secreto con el aire viciado. Se abrocharon el cinturón y comenzaron el viaje.
Llegarían en dos horas y treinta y cinco minutos (más los quince minutos que pararían en el área de servicio) pero a Maar ya le parecía sentir el frío de su bosque en los pies. Ella tenía el alma revuelta y él, unas ganas locas de quitarle con caricias briznas de hierba del pelo…