miércoles, 25 de marzo de 2009

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Hace tiempo escuché que lo pueblos sin leyendas terminan muriendo. Tal vez por eso, aquel lugar tenía tanto miedo a esfumarse que entre sus calles empezaron a suceder hechos demasiado extraños.
Las desapariciones comenzaron a ser algo habitual. Las visitas de los fantasmas se veían como algo tan normal que todos preparaban una taza más de café para los espectros (con dos cucharadas de azúcar, claro, que la eternidad es demasiado amarga). De las despensas desaparecía comida (conservas y dulces) y los restos aparecían en el cementerio apoyados en lápidas cubiertas con un mantel a cuadros. Por las noches, el cielo roncaba hasta el amanecer…

3 comentarios:

  1. Aquellos ronquidos garantizaban que el pueblo nunca caería en el olvido.

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  2. Y nadie podía dormir bien por las noches, pero era el precio por haberse convertido en leyenda.

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Garabatea con colores.